martes, 14 de marzo de 2017

ÓNFALO


                Como un cataclismo reducido, resonó en el raro silencio de la clase. Algo había caído con estrépito sobre la tarima flotante y rodó hasta la zona de influencia de la mesa del profesor. Todos lo advirtieron y más de uno, levantando los ojos del texto de Herodoto que se esforzaban en traducir, llegó a tiempo de seguir la parte final del recorrido. También el profesor se percató. Pausadamente, más a causa de la rigidez de sus fibras que del desinterés, se agachó y tomó en su mano la pequeña bola dorada.

           -¿De quién es esto? - preguntó, bendiciendo  para sus adentros al inventor de los pronombres neutros.

                -Es mía -respondió Sandra, al tiempo que se levantaba para recogerla.

             La bolita se escurría entre los dedos azorados del profesor irradiando un calor íntimo y  turbulento.

            Ya en su silla, Sandra se levantó someramente, sin excesivo disimulo, la camiseta y colocó con naturalidad el abalorio en el  vástago que perforaba su piel, junto al ombligo. Igual lo hubiera hecho en el lóbulo de su oreja.


           Las manos del profesor aún sueñan, temblorosas, cuando recuerdan.

No hay comentarios:

Publicar un comentario