martes, 29 de noviembre de 2016

POSVERDAD


      Esta palabreja ha sido elegida por el Diccionario Oxford como el neologismo del año para referirse a aquellas situaciones en que la verdad objetiva cuenta menos a la hora de tomar decisiones que las emociones o creencias subjetivas. 

       Podríamos interpretarla como la constatación de que la verdad llega tarde a algunas realidades, cuando ya los bulos, las falsedades y los sentimientos inducidos por campañas interesadas han conducido a consecuencias irreversibles. 

       De la posverdad saben mucho las redes sociales y quienes por acción u omisión permiten la proliferación en ellas de pseudoinformaciones y otros tóxicos digitales. Más de medio siglo atrás Goebbels ya exploró la eficacia de la propaganda como herramienta de adoctrinamiento y sumisión de las masas a un ideario, por irracional que este sea.

       Dejando a un lado la intervención de agentes profesionales de la manipulación, el problema que más preocupa es la facilidad con que la Estupidez Humana -a pesar de todos los esfuerzos por combatirla que ha emprendido la civilización desde el Siglo de las Luces- acepta y da pábulo a tamañas mentiras. La Ilustración, con su sencillo propósito racionalista, sigue siendo tan necesaria como hace tres siglos
.
     No damos la bienvenida a esta nueva palabra (la verdad no admite prefijos) pero al menos pone el acento en un fenómeno tan actual como antiguo, tan extendido como inquietante.

     Vivimos tiempos en que la verdad es casi siempre póstuma.


(Con esta entrada se abre una nueva sección en el blog, que he titulado -con propósito irónico- como PALABRARIO -término no recogido en el DRAE- en el que iré glosando vocablos y expresiones que, por diferentes motivos, han atraído mi atención.)

miércoles, 23 de noviembre de 2016

¡Viene la nieve!











             Tímidamente, como una visita vergonzosa, la nieve se asoma, por primera vez este otoño, al pico de Ocenilla.




















lunes, 21 de noviembre de 2016

PAJARICOS



                El pueblo pasaba hambre, mucha hambre, porque las cosechas no eran suficientes para llenar de arroz tantas escudillas. Todo el mundo lo miraba a él, al Gran Timonel, que gobernaba los destinos de la muchedumbre con pulso tranquilo.

                Tras un día muy activo de su esclarecida mente, el Gran Timonel tuvo un sueño revelador y a la mañana siguiente aquel gigantesco país se llenó de carteles que no dejaban lugar a dudas. Había que estar muy loco para no comprender lo que aquellos dibujos ordenaban. Y había que estar más loco aún para atreverse a desafiar la voluntad del todopoderoso.

                Huan era un campesino conforme con la vulgaridad de su destino. En su precaria casa sin patio, que él mismo había construido en las afueras de la aldea, consumía su insignificante existencia de viudo sin ser importunado por nadie. Desde que su Flor del Valle había muerto abatida por una enfermedad fulgurante que él nunca llegó a creerse, se había asentado en un apacible desvarío que mantenía a raya a cualquier improbable visita. Hablaba con los pájaros, conocía todos sus dialectos: el de las palomas, tierno y ronroneante, el monosilábico de los gorriones, el floreado del mirlo, el crascitar fúnebre del cuervo.

                Las consignas del Gran Timonel llegaban a todas partes, también a aquella remota aldea, y alguien le hizo saber a Huan que incluso él estaba obligado a cumplirlas. Huan observó al portador de la noticia como se observa a un ser de otra especie, con curiosa incomprensión. Nada dijo, pero una obstinada voluntad de no acatar le rezumaba en la mirada.

                En la aldea todo el mundo se esforzaba por conseguir el objetivo fijado por las autoridades. Había que aniquilar a los gorriones, declarados enemigos del pueblo, porque cada uno de ellos devoraba al año más de cuatro kilos de grano propiciando con ello la hambruna. Piedras, balines, perdigones, redes, liga, palos: cualquier arma, cualquier táctica de combate era lícita en aquella guerra desigual y despiadada. Pero, más allá de ese previsible arsenal, se había desarrollado un método de retorcida crueldad que a Huan se le hacía insoportable:  hasta su humilde refugio llegaba un estrépito distante de cacerolas golpeadas que no cesaba ni de día de noche. Se trataba de espantar a los pájaros para que no se posaran y acabaran cayendo al suelo rendidos de agotamiento. Después disponían las piezas cobradas en artísticas carrozas enguirnaldadas y organizaban desfiles cívicos para mostrar su entusiástica adhesión a los deseos del Guía Supremo.

                Pronto se supo una verdad peligrosa. Huan daba amparo a los perseguidos. Alrededor de su cabaña los pájaros se amontonaban como esas espesas bandadas de estorninos que se juntan en otoño para ensombrecer el campo. No solo no los espantaba sino que los alimentaba.

                El comisario local -hombre, por lo demás, extrañamente bonachón- perdió la paciencia ante aquella chaladura pero hizo un último intento de evitar males mayores. De aplicarle las instrucciones recibidas, aquel viejo debería ser tratado como un traidor que esconde en su casa a elementos contrarrevolucionarios.

                Convocó a Huan, lo amenazó, trato de penetrar en la extraña lógica de su mente.

                -No quiero matar a mi mujer -alegó por toda explicación.

                Fue así como se supo que Huan estaba más loco de lo que aparentaba.

                -Hablo con ella todas las mañanas, aunque no siempre habita en el mismo gorrión- continuó al cabo de un rato-. Siempre fue un poco caprichosa.

                El comisario, decidido ya a enviar a Huan a un asilo comunal para dementes, se relajó, dispuesto a apurar hasta el final aquella descabellada y regocijante fantasía.

                -¿Y qué es lo que te dice, camarada?

                -"Nos vengaremos después de muertos". Eso dice.

                Huan fue conducido al manicomio encerrado en una jaula de madera, sobre una carreta tirada por búfalos de agua, en medio del jolgorio popular. Muchachas uniformadas portaban grandes cartelones alusivos  y ristras de pajarillos ensartados colgaban de largas varas a hombros de los niños. En todo el trayecto no cesaron los cánticos y la música. El pueblo demostró, una vez más, una sabia inclinación a la alegría sin apartarse del recto camino. Nadie miró hacia el cielo. Si lo hubieran hecho habrían podido observar una densa nube de gorriones escoltando en silencio desde lo alto a aquel inofensivo loco.

                Huan no llegó a la primavera. Nadie lo vistió para la última ceremonia ni hubo cortejo que  acompañara a su cuerpo desnutrido hasta la pagoda. Quizá podría consolarnos de una muerte tan triste el hecho cierto de que, al no haber expirado en su propio lecho, no estará condenado a cargar por toda la eternidad una pila inacabable de ladrillos. Quizá podríamos conjeturar que gorriones canoros -todo es posible en el más allá- endulzarán para siempre sus oídos con celestiales cánticos y que su Flor del Valle habrá recuperado el aspecto de la joven que lo enamoró.

                Muy a su pesar, el comisario del pueblo hubo de acordarse de Huan y de sus  enigmáticas palabras al llegar el verano.

                Sin la amenaza de los gorriones, sin su hambre justiciera y salvadora, una plaga de langosta como no había habido otra, asoló los campos de aquel gran país y no dejó ni una espiga, ni un grano que llevarse a la boca.


                "El Gran Timonel no se equivoca nunca", se dijo, resignado, el comisario. Y sentenció: "A veces hay que retroceder un poco y ceder unos pasos para poder dar el Gran Salto hacia Delante".





jueves, 17 de noviembre de 2016

SOLEJAR



Debería noviembre resignarse
a sus negros girasoles,
a sus helechos rojos,
a la escarcha en la hierba,
a los amaneceres como este:
mañana de domingo tras la fiesta,
la calle solitaria,
deserción consentida de la sangre más joven
y un perro abandonado que me sigue,
olfatea mi rastro, suplicante.
No me atrevo a mirarlo
para no descubrir mi desamparo.
Cada noviembre es nuevo
y tienta su suerte renegando
de su destino adverso.



Este noviembre es dulce, a qué negarlo,
de carne de membrillo
y rescoldos de fuego solar en cada esquina,
esas últimas brasas
que encierran el secreto del calor.
Cuando vuelvo al jardín
sorprendo a las abejas afanándose
como viejos salaces
en la flor intempestiva de la hiedra.




domingo, 13 de noviembre de 2016

K


     ¿Qué habrán visto desde hace años en esta letra todos los indignados, los rebeldes con o sin causa, los que escupen su rabia contra las paredes? Quizá que es una letra casi ajena a nuestro abecedario y un uso contrario a las normas podría tomarse por un acto de insurgencia contra lo establecido. Quizá una influencia del eusquera, donde su uso mural parece asociado a la lucha callejera (kale borroka). Quizá es que el propio trazo de la letra tiene un no sé qué de erizado, como de alambrada. Por no hablar de las siglas de un siniestro grupo supremacista blanco norteamericano. La K sería perfectamente prescindible en el español, pues el sonido que representa está cubierto por la c y por la q, letras estas redondeadas, que invitan a la caricia.

     Demasiada K en nuestras paredes, en las pantallas de nuestros móviles, en nuestras vidas.
  
     Kafka, que cargó durante toda la vida con esta letra como si fuera una cruz, escribió:

     "Encuentro ofensiva la letra K, casi nauseabunda, y sin embargo, la sigo utilizando, pues debe ser característica mía."


















miércoles, 9 de noviembre de 2016

TRUMP



     Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí       (A. Monterroso)


     Se levantó como cualquier otro día. El zumo de naranja natural le hizo pensar en un sol licuado y lo llenó de energía. Encendió el televisor. Desde el otro lado del océano llegaba la noticia de que un monstruo se había hecho democráticamente con el poder.
.
     "No puede ser verdad. Se trata de uno de esos errores cuánticos que muy ocasionalmente ocurren".

     Apagó el televisor, aturdido. "Tengo que darle otra oportunidad a la realidad para que rectifique."

     Se volvió a acostar. Durmió como si tal cosa durante una hora. Se levantó y cumplió punto por punto sus rituales matutinos. El zumo de naranja tenía ahora un regusto ácido.

     Encendió de nuevo el televisor. El monstruo seguía allí.

sábado, 5 de noviembre de 2016

LA ÚLTIMA HOJA






... en ese instante único de estar a punto de,
de ser nada o nadie,
la última hoja del tilo,
embriagada bacante, se retuerce frenética
sin aire,
sin música,
baila,
baila para sí, ensimismada,
baila su danza más hermosa,
su adiós al árbol.

                                                    (De "Arborecer", inédito)





Me viene a la memoria un bello relato de O. Henry, titulado precisamente así, "La última hoja", que podéis leer en http://ciudadseva.com/texto/la-ultima-hoja/   

martes, 1 de noviembre de 2016

VARIADAS CONSECUENCIAS DEL OTOÑO



         Las negras dentelladas del cierzo en las catalpas.
         La belleza fatigada de los arces.
         El declinar lentísimo del roble.
         El esplendor –tan crítico- del chopo.
         La desvalida luz entre los abedules.
         El rubor carnal del liquidámbar.
         El impasible vencimiento de la encina.
         La madurez gloriosa de los tilos.
         La dorada transparencia de los fresnos.
         Las livianas monedas al pie de las acacias...
         (Otoña cada árbol
         de una muerte distinta.
         Otoño cada año
         encarnado en un árbol diferente.)
         Y además, el otoño
         terrible de esos árboles
         que viven, tronco adentro,
         una muerte escondida,
         mientras sus hojas brillan, subyugadas
         por la luz de la lluvia,
         obligadas a mirar a los ojos 
         del blanco rostro de otro invierno.