miércoles, 30 de marzo de 2016

EL PODADOR INDIGNADO




¿Qué signo haces, oh Cisne, con tu encorvado cuello
al paso de los tristes y errantes soñadores?
(Rubén Darío)





                                           

                                                              ¿Qué signo haces, oh Árbol, con tu enhiesto dedo...?






sábado, 12 de marzo de 2016

LA LECCIÓN DE LAS CIGÜEÑAS





Ocurre que ahora mismo está nevando
más allá del cristal que nos separa
de los crueles designios del invierno.
La tibieza del aula nos acuna
y los ojos se vuelven, hechizados,
a esa cadencia lenta, como adagio,
que en su primer fulgor nos trae la paz.
Pactemos una tregua en la batalla
del saber contra el ser, de la rutina.
Ahora solo la nieve es la maestra.
Su aventura tan vieja y siempre otra
nos llenará de luz el corazón.
Cerremos el paisaje de los libros,
ni números, ni letras, ni noticias,
y contemplemos juntos el silencio
que cae sobre el mundo, copo a copo:
una página en blanco que hoy conmueve
igual que hace mil años a ese niño
que siempre se refugia en la memoria.
Juntos recobraremos nuestra infancia,
la mía más azul, por más lejana.
Mirad a las cigüeñas en su nido
erguidas contra el viento aborrascado
defendiendo su hogar a la intemperie,
que es hogar allí donde dos cuerpos
deciden contagiarse su calor,
allá donde se vuelve tras los viajes
para fundar de nuevo una esperanza.
Solo sus ojos se rebelan, negros,
contra la  blanca tiranía del cielo
encarándose al vértigo y al frío
que nos trae en sus alas la mañana.
Tan frágiles, tan fuertes, tan leales,
abrazan su destino como héroes.
Bien haríamos en aprender de ellas.
En poco rato la ciudad se viste
con el color inmóvil de la ausencia:
ya no hay formas, perfiles, ni apariencias,
ni torres, ni patio, ni tejados.
La realidad se ha vuelto indiferente.
Pero en el aula sobrevive el tiempo
y ya el asombro se apaga en las miradas.
Hemos de regresar a la tarea
mientras la nieve mengua en la ventana
y una de las cigüeñas alza el vuelo.


(Poema leído en el acto conmemorativo del 175 aniversario del IES Antonio Machado de Soria)



jueves, 10 de marzo de 2016

ORTOGRAFÍA








 "...ni está el mañana -ni el ayer- escrito", dejó dicho Antonio Machado.

                            

 Para el autor de esta pintada el hoy sí está escrito, pero mal. Ojalá fuera solo un problema de ortografía. Me temo que tiene más que ver con la intolerancia y el sectarismo. 


Por un mañana bien escrito: sin  faltas de ortografía, sin exclamaciones finales de odio, sin faltas de respeto, sin falta de humanidad.

sábado, 5 de marzo de 2016

ICTIOTERAPIA

(Cambiando de registro, y para que este cuaderno no se nos deslice peligrosamente hacia Paulo Coelho, ahí va este cuento "jevi" que sorprenderá quizá a algún lector. Un poco de humor negro para una tarde fría.)




                Lo último que podría decirse de Óskar (a él le gustaba escribir con k su nombre desde que le cambió la voz y dejó atrás una infancia meliflua de la que se avergonzaba) era que le gustaran los placeres blandos. No. Lo suyo eran las sensaciones fuertes, el riesgo, el ruido áspero, la caricia rasposa, los amores sórdidos y difíciles, las palabras contundentes, los tragos que arden en la garganta. Por eso me quedé de piedra, incrédulo, cuando me dijo lo que me dijo. Y rompí a reír enseguida como un bellaco, como un mal amigo, como un crío que  se ríe de otro en el parvulario con toda la crueldad de que es capaz al pillarlo en una debilidad propia de una nenaza.

                -Lo he leído en internet. Es lo que hace Murphy Bigcock para relajarse.

                Ahora ya lo iba entendiendo un poco mejor. Si lo hacía Murphy, el líder y vocalista de los Kilers, nada había que objetar. No podía tratarse de una mariconada. Pero eso no quería decir que estuviera dispuesto a acompañarlo. Me seguía pareciendo una cosa de viejos aburridos, como los balnearios.  Murphy, a pesar de sus intentos para disimularlo injertándose pelos, ya pasaba de los cincuenta. Siempre he pensado que es mejor morir antes de llegar a los cuarenta; después la gente chochea irremediablemente. Algunos hasta hacen deporte o dietas macrobióticas. O se casan. Un asco.

                Óskar llevaba unos días bastante nervioso, por no decir insoportable. En el curro las cosas no le iban nada bien, su chavala se la daba con otro –eso al menos creía él, como siempre; incluso creo que sospechaba de mí-, había vuelto a subir el precio de la cerveza y nuestro grupo de heavy, la última vez que había tocado había sido en las fiestas de un pueblo de mala muerte, en verano,  de donde tuvimos que salir por patas porque los mozos del pueblo empezaron a lanzarnos pedruscos. El alcalde se negó a pagarnos y encima quería cobrarnos los destrozos alegando que éramos unos provocadores y que le habíamos faltado el respeto al público con nuestra canción “Buen provecho” en que hacíamos un coro de regüeldos de lo más espectacular. Desde entonces llevábamos seis meses sin ensayar y Kevin, el batería, nos había traicionado yéndose a una orquesta verbenera.

                -Tú haz lo que quieras. Yo me largo a tomar algo –fue lo último que Óskar oyó de mi boca.

                Quizá no debí dejarlo solo. No se debe abandonar a un colega en una situación chunga. Pero quién iba a sospechar. Lo que viene a continuación no lo he visto con mis propios ojos, tengo que imaginármelo a partir de lo que me han contado y, sobre todo, del resultado final.

                Óskar, con ese corpachón gigantesco, con su tripón cervecero, su melena rizada de cinco años flotando en el agua y su culo peludo –no sé si reírme o llorar- se metió en la bañera más grande que había, una tamaño XXL. Una pibita con uniforme de enfermera se acercó llevando una pecera entre las manos, como si fuera una sacerdotisa del diablo que sostiene una ofrenda, sonriendo angelicalmente. Debió alucinar al ver a Óskar en pelotas –tenía un desnudo impresionante, puedo dar fe de ello- con aquel barullo de tatuajes por los brazos y por el pecho. Por cierto, yo tengo la teoría de que la culpa de todo la tuvieron los tatuajes y la tinta sabrosona, como de calamar, con la que estaban hechos los dibujos, pero eso no viene ahora muy a cuento. A lo que iba. La empleada vació los peces en la bañera, le deseó una feliz sesión, le preguntó qué música ambiental deseaba –lo último de Kilers, a todo trapo, por supuesto- y se marchó. Y aquí empieza lo bueno, y lo extraño. Los pececillos –tailandeses o de por ahí- se alimentan de los pellejitos muertos, de esa primera capa de piel que por lo visto nos sobra a todos. Los mordiscos que van dándote te producen cosquillas y  gustirrinín y te relajan, como si te estuvieran dando un masaje. “Es como cuando las serpientes mudan de piel”, me había explicado Óskar,  en plan filosófico, para convencerme. Parece ser que no es raro que la gente se quede dormida de lo a gusto que se encuentra. Eso debió de pasarle a él. O quizás es que no pudo reaccionar a tiempo: la agilidad no era lo suyo. Se desplazaba lentamente, como un león marino. Mover aquel cuerpo de más -bastante más- de cien kilos no era tarea fácil. Tampoco puede descartarse que se dejara engatusar por el gusto, un poco masoquista, de ver cómo te devoran a bocaditos; o que se hubiera metido algo: cuando le daba el bajón trataba de aliviarse con lo primero que tuviera a mano y su novia conseguía fácil recetas de tranxilium.

                Esto no se le hace a un colega, Óskar, tronco. ¿Por qué tuvieron que llamarme a mí cuando descubrieron el pastel? Es verdad que todo el mundo sabía que éramos uña y carne, pero para esos momentos está la familia, digo yo, aunque viva lejos y apenas te hables con ella. O la que pasa por ser tu novia. Un empleado de la casa debía de conocernos de vista y sabía dónde encontrarme. Yo iba por la tercera cerveza y estaba en ese momento dulce en que el mundo parece que fuera de gomaespuma y no pesara nada y en que los problemas son un mal chiste del que, de lo malo que es, tienes que reírte.

                -Ven rápido. Le ha pasado algo al Óskar.

                Menudo marrón. Era difícil reconocerte, de repente te habías puesto muy raro. Aunque los peces no se habían atrevido con tu cabeza y tu cara estaba casi intacta, tenías un gesto extraño, una expresión que nunca te había visto. Quizá con tu chica hicieras esa mueca en la cama, pero yo, la verdad, no te  la conocía. Sabía que eras tú, de eso no cabe duda, pero era como si te hubieran poseído y se estuvieran riendo de ti con tu propia boca. De otra manera no puedo entender que tuvieras aquella cara de felicidad babosa, con lo que te había pasado. Y luego estaba ese aspecto de costillar a medio comer, como si hubieran tenido que suspender la barbacoa antes de terminar…

                A cambio de un dinerito que nos beberemos a tu salud me hicieron firmar un papel por el que me comprometía a no contar lo que había visto. Si se hiciera público lo que te pasó nadie volvería por allí. En esa clínica tienen médicos dispuestos a firmar que habías muerto por un fallo cardiaco. Y yo me encargué de que nadie viera tu fiambre:

                -Mejor lo recordáis tal como era cuando estaba vivo. Está muy perjudicado
.
              No podrás quejarte del funeral que te preparamos. Música a tope y cerveza a gogó. Vino toda la peña de la comarca y antes de dejarte reducido a cenizas te dimos un paseíllo por la calle de los garitos. La caja la llevamos entre los cuatro  que quedamos del grupo, Kevin incluido, envuelta en una bandera negra de piratas, como a ti te hubiera gustado. Y te pusimos el bajo encima, en vez del crucifijo.

                -¿No os parece que pesa poco? – preguntaba a cada paso Kevin, como si se oliera algo- Se me hace raro que ahí arriba vaya él.

                -Es que al morir se pierde peso; el alma pesa lo suyo, tío –explicaba el Toño, que iba medio pedo y se liaba con las cosas que había leído en el último libro que había leído, cuando tenía diecisiete años.

                -Últimamente se había quedado en los huesos –dije sin mala intención.

                "Ibas de duro, tronco, pero en el fondo eras mayormente tierno y mollar", pensaba alguien dentro de mí, dándole vueltas a la carraca de las obsesiones. Malditos tiburones enanos, o pirañas, o lo que fueran.  Sabandijas hambrientas. Buen atracón se dieron.